
“No se trata de amar tu cuerpo todos los días. Se trata de aprender a habitarlo con respeto, presencia y compasión.”
Vivimos en una época donde el cuerpo parece estar siempre en exposición. A través de las redes sociales, se nos devuelven imágenes de lo que “debería ser” un cuerpo saludable, bello, joven, deseable. Y frente a eso, muchas veces aparece el juicio, la autoexigencia, la vergüenza.
Pero el cuerpo no es un objeto a corregir. Es un hogar. Un territorio emocional, biográfico y relacional. Y muchas veces, sanar la relación con él no comienza con un espejo, sino con una mirada interna.
Comparación en redes: espejos que distorsionan
Instagram, TikTok, Pinterest… Las redes están llenas de cuerpos perfectos, editados, filtrados, esculpidos. La exposición constante a estos modelos idealizados puede generar una sensación persistente de no estar “a la altura”.
Nos comparamos, incluso sin darnos cuenta. Y cada comparación, silenciosa o ruidosa, deja una huella.
La pregunta no es si tu cuerpo encaja en un estándar, sino si podés volver a sentirte en casa dentro de él.
Autoexigencia disfrazada de amor propio
Hoy se habla mucho de ‘quererse’. Pero muchas veces, ese discurso también se vuelve presión:
— “Si no te amás, no podrás amar”
— “Todo empieza por uno mismo”
— “Tienes que aceptarte tal como eres”
¿Y si no puedes? ¿Y si algunos días no te gustas?
¿Está mal sentirte en conflicto con tu imagen?
Sanar la relación con el cuerpo no es lineal. No se trata de perfección emocional, sino de honestidad, de ternura contigo misma, también cuando no te sientes bien.
El cuerpo como archivo: trauma, vergüenza y silencios
Nuestro cuerpo guarda historias. A veces, memorias que no pasaron por las palabras: abusos, humillaciones, vergüenza, enfermedades, críticas, miradas hirientes.
Muchas veces trabajamos en terapia relatos que el cuerpo lleva años sosteniendo en forma de tensión, rechazo o desconexión.
Habitar el cuerpo implica reconocer también aquello que dolió, y permitir que ese dolor encuentre un lugar donde ser sostenido.
Deseo, sexualidad y cuerpo presente
¿Cómo desear si me incomoda mi cuerpo? ¿Cómo entregarme si siento vergüenza? ¿Cómo conectar si vivo en modo defensa?
La sexualidad consciente requiere un cuerpo habitado, no perfecto. Un cuerpo presente, no ideal. Un cuerpo escuchado, no corregido.
Recuperar el deseo muchas veces implica recuperar el derecho a sentirnos deseables y deseantes, en nuestros propios términos.
Cuerpo materno, cuerpo en transición
La maternidad (o el no maternar) también transforma nuestra relación con el cuerpo. El cuerpo se expande, se rompe, se entrega. El cuerpo cambia. Y a veces, nos cuesta reencontrarnos con él.
Sanar también es dar espacio al duelo de ese cuerpo que ya no es el mismo, y agradecer al cuerpo que sostuvo, que sostuvo(te).
Del cuerpo como enemigo al cuerpo como hogar
Sanar la relación con la imagen corporal no es un destino, es un proceso. Un camino que requiere escucha, sostén, amor, y muchas veces, acompañamiento.
El cuerpo no necesita que lo ames todo el tiempo. Necesita que estés con él, que lo escuches, que no lo abandones.
Conclusión: cuando el cuerpo pide espacio
Si sientes que tu relación con tu cuerpo te genera malestar, exigencia o desconexión, quizás sea momento de ofrecerte un espacio distinto: no más consejos, no más deberías, sino un lugar para explorar lo que sientes, sin juicio.
La terapia puede ser ese espacio. Un lugar para reconstruir tu vínculo con tu imagen, desde el respeto y el cuidado. Un lugar para volver a habitarte con amor, sin filtros ni mandatos.
Te acompaño. Cuando quieras, puedes empezar.