Sin categoría

Tener compasión por uno mismo: ¿cómo lograrlo?

Por 28 octubre, 2019 No hay comentarios

Tradicionalmente, el término “autocompasión” ha estado acompañado de cierto matiz de condescendencia o incluso de vulnerabilidad, que lo posicionó como una actitud indeseable en el proceso de afrontar cualquier adversidad o contratiempo.

No obstante, en los últimos años ha surgido una nueva corriente de pensamiento que ha rescatado el hecho de tener compasión hacia uno mismo como un atributo afortunado y deseable, desposeyéndolo de su connotación negativa.

Actualmente se entiende la autocompasión como un concepto vinculado a la inteligencia emocional; a través del cual se asume una posición privilegiada sobre los juicios de valor que cada uno de nosotros construye respecto a cómo piensa, siente y actúa.

En el presente artículo trataremos en detalle el concepto de autocompasión, y los beneficios (en general) que pueden desprenderse de su práctica en la vida cotidiana.

Tener compasión por uno mismo: la autocompasión

La autocompasión es un concepto complejo que ha despertado interés en el ámbito de la Psicología desde hace décadas, cuando Jon Kabat-Zinn adaptó el Mindfulness al alivio de pacientes que experimentaban dolor crónico. Poco tiempo después la autocompasión se integró en el seno de esta filosofía existencial y se convirtió en un asunto sujeto a estudio científico, especialmente desde los primeros años del actual siglo.

La alta autocompasión puede describirse, en términos sencillos, como la decisión de tener compasión por uno mismo. En este sentido, la literatura sobre este tópico ha extraído tres factores clave: la amabilidad, la falibilidad y la atención plena. Seguidamente procedemos a abordarlos con detalle.

1. Amabilidad

La sociedad en la que vivimos tiende a valorar positivamente el hecho de ser amables con los demás. Esto incluye una serie de normas sociales de cortesía o educación, con las que actuamos de un modo prosocial durante la interacción con otros, animándonos a prestar nuestra ayuda a aquellos que pudieran estar viviendo momentos de necesidad. Esta actitud se recompensa en forma de reconocimiento o de admiración, y se considerada un ejemplo adecuado de lo que debe hacerse (para niños y mayores).

No obstante, no ocurre lo mismo cuando la amabilidad debe dirigirse a nosotros mismos. Cuando cometemos un error solemos actuar de modo autopunitivo y cruel, dedicándonos palabras amargas que favorecen un discurso interno que nos arrastra hasta experiencias emocionales intensas y difíciles. Es importante recordar que todo cuanto podemos sentir está precedido por un pensamiento, por lo que en él reside el germen tanto de la emoción como de la conducta.

Esta forma de tratarnos a nosotros mismos se despliega, en muchas ocasiones, con total independencia de las particularidades de la situación detonante. Incluso en el caso de que el infortunio obedezca a la mala suerte o al papel de terceras personas, continuamos asediándonos con términos destructivos sobre los que solemos carecer de evidencia. Frases como “soy un inútil”, o “no valgo para nada”, dan buena cuenta de ello.

La mayoría de las personas que incurren en este pernicioso hábito reconocen que jamás dedicaría esas palabras a un amigo en el caso de que este se encontrara ante una situación equivalente, y que en ese supuesto trataría de mostrarse más comprensivo y de ayudarle a reinterpretar los hechos para que fuera menos cruel. Esta sería la actitud socialmente más aceptada, pero que muy raramente se puede observar cuando tales palabras se dirigen a la propia adversidad.

La amabilidad consiste en proyectar el mismo cariño y comprensión que dedicamos a los demás hacia nosotros mismos, con el objeto de que podamos tratarnos como si fuéramos el mejor de nuestros amigos. Para ello se requiere una reformulación de la dinámica del pensamiento, para mudar las palabras nocivas a otros términos distintos, que puedan tener lazos profundos con afectos positivos que nos permitan vivir mejor y más satisfechos.

2. Falibilidad

La falibilidad es la capacidad de reconocerse a uno mismo como un ser que puede cometer errores, susceptible de fracasar y/o de tomar decisiones incorrectas, o que en general es simplemente imperfecto. Se trata de aceptar que, en ocasiones, las expectativas que se han trazado para la vida pueden no cumplirse (por motivos diferentes). Con ello se evitaría la irrupción de los «debería», pensamientos muy rígidos sobre cómo habrían de ser las cosas.

Vivimos atenazados por múltiples estímulos que nos recuerdan lo imperfectos que somos, pero que nos fuerzan a revelarnos contra ello. Cuando ojeamos una revista, o cuando vemos la televisión, atestiguamos cuerpos perfectos y vidas llenas de éxito. Esta salvaje exposición, planificada con fines puramente comerciales, puede traducirse como juicios comparativos en los que solemos llevar todas las de perder.